Regreso a casa después de mendigar;
la salvia ha cubierto mi puerta.
Ahora, un manojo de verdes hojas arde junto con la leña.
Leo en silencio los poemas de Kanzan,
acompañado por el viento de otoño, que trae una lluvia
ligera que susurra en los juncos.
Estiro los pies y me acuesto.
¿En qué hay que pensar? ¿De qué hay que dudar?
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